Opinión

Published on septiembre 15th, 2018 | by lavozsur

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ParticipaSiones #CentenarioArreola; 15 de septiembre de 2018

*Colonia en el lecho de Arreola

Hace quince días, después de dar una modesta clase de historia de la Odontología en la Facultad, pasé a saludar al maestro Arreola en su casa. Le llevé como regalo un frasco de Agua de Colonia que por muchos años y por muchas razones es su preferida: “Echt Kölnisch Wasser” No. 4711. Es un Agua de Colonia fabricada en Alemania desde hace más de 200 años. El número corresponde a la Calle Glochengasse No. 4711 de la Ciudad de Colonia donde está la fábrica y cuyos propietarios han mantenido la misma calidad, el mismo aroma y la misma presentación en la etiqueta verde esmeralda con volutas en laminado de oro, por más de dos siglos.

El maestro decía que era el agua de colonia (loción para después de afeitar) más antigua del mundo. La usaba Napoleón tal vez para no oler tanto a pólvora cuando se presentaba ante la recámara de Josefina… Ramón López Velarde la menciona en una de sus magníficas prosas titulada “Semana mayor” donde recuerda la ceremonia del pésame en su pueblo natal: “Por las vertientes del Calvario ascendían las almas de la ‘Agua Florida’, de la ‘Agua de Colonia’, de ‘Las Flores del Amor’… toda la perfumería bonachona que duerme un año para desperezarse en la ceremonia del Pésame. ¡Ceremonia patibularia, contrita, perfumada y amatoria!”.

Al acercarme al lecho de enfermo de Juan José Arreola, ya le habían dispuesto su Agua de Colonia al alcance de la mano y le habían dado aplicación en el rostro, manos y en la nuca. Estaba feliz. Me reconoció de inmediato y me dio las gracias por el regalo. Pasó luego a hacer un recuento minucioso de la perfumería de fabricación española. “Valetín Parera –dijo- fue el más grande fabricante de perfumes y jabones de olor”. Y así recordamos juntos aromas femeninos como “Maderas de Oriente” y otros más. Al despedirnos lo hicimos con las reglas que él fijó para nuestro trato: La eutrapelia; vale decir el nombre o el apelativo sonriente. “Adiós, don tambache”.

Ayer, estuvimos de nuevo en su casa. Acompañé al Presidente Municipal de Zapotlán y a su señora esposa a saludar a Juan José Arreola. Estuvo platicador y sonriente. Pasamos a su recámara de uno en uno para no agotarlo. Al despedirme de él me atreví a tomar su mano. Luego se la besé. Ocurre que momentos antes el señor Luis Carlos Leguer me había comunicado que se había erigido el Muro de Jaliscienses Ilustres. El número era 100. Estaba allí un zapotlense (creo que Clemente Orozco); pero no estaba Juan José Arreola. En cambio figuraba allí Juan Rulfo.

Y yo cerré por un momento los ojos y pensé en las injusticias que se han cometido con Juan José. La Universidad de Guadalajara nunca le otorgó el doctorado Honoris Causa. Pero en cambio lo hizo la Universidad de Colima. No logró el Premio Príncipe de Asturias ni el Cervantes. De la misma manera que Borges no alcanzó el Nóbel.

Pero el verlo desde su lecho enfermo y sonreír, y al contemplar el estado de conciencia en un grado de purísima transparencia y limpia puerilidad, siento que él está en paz. La paz beatifica que lo aparta ya del cieno de este mundo y del olisqueado de la zahúrda astroza.

“Soy escritor de pocos lectores; pero de muy buenos lectores”. Eso me dijo una vez. Por lo tanto su nombre no necesita estar en un muro; está ya en la memoria de la gran literatura universal.

*Publicado el 24 de febrero de 2001*

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