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Published on noviembre 26th, 2021 | by lavozsur

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Participasiones – El Adiós a Juan José Arreola

Son las dos de la tarde aproximadamente. Estamos en un restaurante de dudoso nombre (Sacromonte). En una pequeña mesa que nos han asignado previa cita telefónica, estamos tres personas: mi hija, aquella chiquilla de tormentosa cabellera a la que tú por cariño le pusiste por sobrenombre “María ventarrones”. Está un muchacho que dice ser su esposo y que se sabe de memoria toda la obra de Borges pero que te ignora un poco a ti. Están terminando la maestría en letras románticas y dicen estar accediendo a no sé qué dudoso doctorado, también en letras. Del lado de la mesa que mira a la calle y hacia unas viejas pinturas flamencas de mal gusto, estoy yo.

En la otra silla que está vacía han dispuesto una copa de tallo más o menos alargado. Se ha pedido un vino de origen portugués que yo sé que a ti te gustaría. Se llama “Vino Dois Ventos”.

Lo hemos escogido -te lo digo con la poca honestidad que me queda a la medida- porque era en la larga lista el más barato y al alcance de mi bolsillo. El mesero se ha quedado pasmado cuando le hemos ordenado que sirva la copa, la cuarta copa, para un invitado que no tardará en llegar… Tú.

A estas horas a la distancia de unas cuantas cuadras y en un templo cuyo nombre de Grecia confunde en este momento en mi memoria, tal vez un coro te está entonando algún pasaje de Requiem de Mozart o de la Misa de Perossi. Yo no te acompaño en este ritual porque tú me pediste que no lo hiciera. Trato de ser fiel a tu mandato. Envidio en el fondo al obispo, tu amigo con nombre de ángel, que te estará diciendo algún Exordio. No me preocupan sus palabras porque sé que serán medidas y sobrias como a ti te gustaban por cuanto no fueran excedidas en su suma.

Mira, somos cuatro a la mesa, aunque ilusoriamente somos tres. Con vino rojo hemos brindado a tu nombre. En unas horas más otro elemento también en color rojo, devorará tu carne y convertirá tus huesos en cenizas. No te preocupes. Tú estás aquí con nosotros. No hace falta tu voz porque la llevamos dentro. No hace falta tu ceño fruncido desaprobando la débil tesitura gustativa de este vino. Estás aquí silencioso y prudente, estás a punto de soltarnos algún cuento como era tu costumbre; fabulando sobre un hecho, o recordando alguna cosa.

Una sola cosa nos asombra: que tú no puedes morir. Porque aunque dentro de unas horas tu cuerpo esté convertido en cenizas -yo no lo dije- tú renacerás con un ave fénix en el recuerdo de las tardes que fueron nuestras. Cuando me enseñaste a amar la luna a través de los versos de Lugones. Cuando me recitabas en francés “El barco ebrio” de Rimbaud. Cuando llamabas a mi casa por teléfono anteponiendo siempre un sobrenombre festivo y sonriente. Cuando compartías conmigo un vino de cosecha única en el mundo -regalo de un presidente- y que luego por olvido de ponerle el corcho derramabas en el piso de mi carro el cual quedaba por días y días con olor a bosque, a riberas del Ródano o a flores y maderas exóticas desembarcadas de un país lejano.

Cuando con ojos compasivos me explicabas un oscuro texto de Francois Villón porque percibías en mi cara de tonto que yo no entendía nada de lo que té te empeñabas en mostrarme. Cuando me recitabas de memoria el poema de Borges que tanto me conmovía “Límites” porque había llegado a tu departamento con lágrimas en los ojos por la muerte de un viejo amigo mío.

Hemos levantado las copas, por los días, las tardes, las lunas, la montaña oriente, el barro y las hojas doradas caídas en tu puerta. Maestro, no te levantes. Quédate con nosotros. Libranos de la vida. Acógenos en tu serena muerte. ¡Salud!

(Texto Publicado el 8 de diciembre de 2001, unos días después de la muerte del Maestro Juan José Arreola)

 

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