Opinión

Published on octubre 7th, 2021 | by lavozsur

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ParticiPasiones – El Día que San José Sufrió un Accidente

Han pasado ya cincuenta años de aquel desastre. Creo que es tiempo suficiente para relatar lo sucedido sin alterar la ética profesional de las personas que participaron en la medida que todos ellos murieron.

No puedo señalar la fecha exacta porque yo era un niño y ha pasado mucho tiempo desde entonces. Debe haber sido durante alguna festividad josefina de carácter menor, aparte de la gran fiesta de octubre que acostumbraban bajar de su nicho de cedro la sagrada imagen de Señor San José en Zapotlán. Lo colocaban en el crucero de naves frente al altar mayor. Allí le rendían culto congregaciones y cofradías. En esta ocasión habían colocado la imagen en una tarima de madera cubierta de paño fino. Por detrás de la imagen alzaron un pesado cortinón de pana verde plegada en ondas verticales… Unos decían que había sido una racha de viento que movió la cortina. Otros sostenían que la cortina, mal colocada, se había desprendido y al caer… había desbalanceado la imagen la cual se precipitó al suelo.

Debe haber sido el año de 1946. Había dejado el curato el señor Dr. D. Higinio Gutiérrez López quien había sido cura de Zapotlán desde 1940. El presbítero José Loreto Gómez, fue designado cura interino de la parroquia. Tal vez por la confrontación de estas fechas, fue una noche de últimos de agosto cuando sucedió el desastre.

La imagen se rompió del brazo derecho. El resto se fracturó de la nariz y la mano izquierda que sostenía unas varas de plata. Casi todos los dedos estaban destrozados. El accidente sucedió más o menos a las 10 de la noche cuando ya por fortuna el templo estaba cerrado al público. A las 11 de la noche vinieron por mi papá en un carro de sitio. Mi padre era imaginero, pintor, retablista y reparador de esculturas. Su maestro había sido el padre Enrique Gómez Villalobos en el templo de San Antonio de Padua.

Encontró a todo mundo alterado. El cura les hizo jurar a todos guardar sigilo. El pueblo no debía enterarse del desastre para evitar el pánico. A las doce llegaron a mi casa con la sagrada imagen. Había que repararla esa misma noche. El cura no se separó ni un minuto del lado de mi padre. Recuerdo su rostro rubicundo y su frente perlada de sudor.

Recuerdo también una cosa patética: a esa hora desconectaron de la puerta de mi padre la “chicharra” eléctrica, un artefacto que sonaba cuando se estaba consumiendo más cantidad de luz de la contratada: en casa se pagaba por un solo foco de luz…

Se instalaron focos de 100w que alguien trajo a toda prisa. El padre acomodó los trozos fracturados.  Realizó perforaciones con taladro de mano. Ajustó pijas de madera o soportes de ocote en los brazos. Batió yeso fino con pegamento de cola. Realizó la mezcla sin mucha agua para que secara pronto, pero no tanto que presentara grietas al secar.

Pulió las juntas con lijas gruesas y finas. Comenzó a retocar y luego a pintar con finos pinceles de pelo de marta. Recuerdo los colores para los tonos del rostro: blanco de zinc, rojo carmín y un color muy escaso por ese entonces debido a la guerra y la falta de importación: color de siena tostado -una especie de sepia dorado- de marca inglesa Windsor.

El alba empezaba a despuntar cuando la imagen fue devuelta a su nicho. MI padre volvió varias veces a deshora de la noche a “tapar” los poros del yeso” y a repintar. Otra cosa que nunca se me olvidará es que el barrio a pesar de todo, se había enterado. Comenzaron a dejar flores en la puerta de la casa. Había gente hincada a media calle…

 

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