Opinión

Published on octubre 20th, 2023 | by lavozsur

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Varias personas me han llamado preguntándome qué opino a propósito de la peregrinación, romería o traslado de las imágenes del Señor San José y la Virgen María a la exhacienda de la Cofradía del Rosario el próximo lunes.

Me declaro incompetente para juzgar las intenciones y los intereses de quienes promueven este periplo por desconocer las razones capitales que los mueven a tan arriesgada empresa. Me refiero a los peligros del camino y el tiempo impondrá a las estructuras materiales de las taumaturgas imágenes, principalmente la del Señor San José.

En el museo de la ciudad de Guatemala, conocí hace años una imagen de San Pedro muy parecida a la de San José de Zapotlán en la talla, la mano de obra, el terminado de estofado, la pintura del rostro en término de laqueado. Y el estilo inconfundible. Estoy seguro que las dos imágenes eran del mismo escultor. Y por ser una obra de arte la imagen de San José, es una estructura muy delicada. Cuenta con varias fracturas. La primera fue por allá por los años 1909 cuando el viento movió una pesada cortina y ésta hizo que la imagen se precipitara fracturándose seriamente. Fue el presbítero Enrique Gómez Villalobos quien, como pudo, logró unir las partes y resanar las grietas.

Al final de los 30, un escultor queretano realizó la segunda “intervención” arreglando la diplopía en los ojos de la imagen, defecto que no se había atrevido a remediar el padre Gómez. La tercera caída la sufrió la imagen una noche de mediados de los cuarenta cuando un dosel de adorno se desprendió precipitando al suelo la imagen. Las fracturas del brozo que sostenía a vara de plata, la nariz y varios dedos, las subsanó mi padre durante toda una noche bajo la nerviosa mirada del padre Loreto cura suplente de do Higinio Gutiérrez. EL pueblo no se dio nunca cuenta de esta caída pues el cura hizo prometer a todos, sigilo bajo juramento. Sólo la escultura del niño quedó en la casa varios días. Mi padre le unió tres deditos rotos y retocó la pintura.

Por esta razón tengo miedo de este periplo con las veneradas imágenes. ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué llevarlas a la exhacienda de Cofradía del Rosario cuando sólo una versión, una leyenda (la contó de boca en boca Don Guadalupe Castellanos; luego Cibrián la citó en sus escritos) la estadía de las imágenes y el arriero enfermo en el “mesón” de la exhacienda? No hay ninguna comprobación histórica sobre el hecho. Además, esa hacienda perteneció en su origen a un extraño de nombre Francisco de Sayavedra quien fue juzgado por el Santo Oficio por se erasmista. Este juicio se conserva en el archivo de la nación XVII, I-15.

La llegada de las imágenes a Cofradía es una leyenda, así lo afirma el canónigo Luis Enrique Orozco. El presbítero Francisco Javier Cervantes párroco semanal de Cofradía por muchos años, tampoco pudo aclarar entre los viejos del lugar nada asertivo. Este padre fue uno de los hombres más inteligentes de todo el obispado. Era un erudito. Afanoso lector. Tenía un nevus en el carrillo derecho (un lunar) y por este accidente epidérmico sus compañeros le decían

“Cervantes de la Mancha” parafraseando al Quijote y a su autor. Sus restos están depositados al pie del primer arco de la nave lateral de la Tercera Orden, a mano izquierda. En honor a su talento, sus compañeros le decían “la jeringa de curas”. Nadie lo recuerda hoy en día.

Por estas y por otras razones, abrigo muchos temores por esa peregrinación con las veneradas imágenes de San José y María de Zapotlán.

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