Opinión

Published on abril 10th, 2020 | by lavozsur

0

Participasiones – Vicente Preciado Zacarías

A los cuatro jinetes del Apocalipsis que son: hambre, guerra, peste y desolación, se puede agregar un quinto jinete tan o más temible que los cuatro anteriores, pues cabalga acompañado del temor, el miedo y el terror. Este quinto jinete apocalíptico es el rumor.

El rumor es una mentira a medias, pues la otra mitad del fenómeno parece verdad o pretende figurar como tal.

El rumor como arma de combate ha resultado letal. Ya el Antiguo Testamento narra un hecho que a la luz de estudios actuales, demuestra el poder del rumor esparcido. Cuando el pueblo de Israel, en su tránsito por el desierto, se acerca a la ciudad fortificada famosa por sus altísimas e inexpugnables murallas, un líder del pueblo transeúnte ordena a varios hombres escogidos para que se adelanten al grueso del pueblo y en calidad de espías penetren la gran ciudad, se alojan en la casa de una prostituta y ésta los esconde cuando la guardia de la ciudad los busca. Desde ahí estos agentes israelíes esparcen el rumor de que un gran ejército se acerca a la ciudad y que ésta tarde o temprano caerá en manos de los invasores. La verdad es que el ejército judío no es ni siquiera numeroso, o cuando menos no tiene los medios suficientes para el cerco y toma de la ciudad; pero tiene un arma letal: el rumor.

La mentira difundida de boca en boca y sobre todo en aquellos tiempos en que la comunicación no era de ninguna manera masiva, sino al contrario, de persona a persona, cumple a fondo sus cometidos más allá de toda expectativa. Es un rumor en voz baja. Subterráneo, silencioso pero moral. Se difunde como un reguero de pólvora concentrado en miles de mechas que se encienden una tras de otra… El resultado: la caída de las murallas, que muchos antropólogos modernos lo han interpretado no precisamente con el derrumbamiento de los gruesos muros; sino como una metáfora de un lenguaje que a través de los siglos nos habla de un horadamiento “interno” en el psiquismo de los habitantes de la ciudad quienes vivían cercados, con el síndrome del animal enjaulado, atentos a cualquier rumor, al más leve movimiento de la hoja de un árbol como único medio de acreditar su vida y explicar su muerte.

Pero antes de estos escritos o cuando menos contemporáneos a ellos, están los famosos discursos políticos de Demóstenes en contra de Filipo, en la Grecia continental.

Filipo (el padre de Alejandro el Grande) es un rudo y ambicioso guerrero que busca apoderarse de Atenas. La ciudad pretende ignorar el peligro distrayéndose en una serie de eventos políticos, en los cuales se pone de manifiesto la pusilanimidad de sus generales y el miedo disfrazado de seguridad en un ejército que no existe, por parte de los atenienses. Filipo aprovecha el momento. Cruza como un meteoro el norte. Penetra Tracia. Sitia la fortaleza de Hera (Heraion Teichos) a orillas de la Propóntide, junto al Mar del Mármara y corta de un tajo la ruta del trigo que trae el grano vital desde Crimea a la ciudad de Atenas. Es el año 352 a.C. y los atenienses votan por el envío de una armada de trirremes para recuperar el campo, pero luego olvidan el proyecto o cuando menos lo posponen ante el rumor de que Filipo ha muerto, otros dicen que sólo está enfermo, aunque muy grave. Se extiende el rumor de que Filipo ha sido asesinado por un general de sus propias tropas. Ante estas noticias –del todo falsas- los atenienses descuidaron la empresa alegando que era el mes de noviembre y el crudo invierno debería inmovilizar cualquier ejército. Mientras tanto cae la fortaleza de Heraion Teichos, una escuadra de Filipo piratea en las costas de Ubea y aun en el Ática. ¿Qué había pasado?

Había sucedido que el astuto Filipo había enviado agentes bien pagados y con mucho oro para sobornar situándolos dentro de las murallas de Atenas como simples comerciantes de mercancías y desde sus puestos en el mercado libre difundían alarmas, noticias falsas, rumores y más rumores. El rumor había penetrado la ciudad de Atenas mejor que un disparo de balista o catapulta.

¿Recuerdan? Atenas se salva gracias al empeño y furor de un solo hombre. El orador Demóstenes quien desde su palestra arenga al abúlico pueblo a defenderse, a armarse con lanzas, hierros y fe.

Pronuncia así su “Primera Filípica”, aquella soberbia arenga pública que comienza así: “En primer lugar, atenienses, no os descorazonéis ante la situación actual, por desesperada que parezca. Pues aquello que en tiempo pasado era lo peor, resulta lo mejor en el futuro”.

Luego arremete contra Filipo en forma valiente y encendida, logra elevar los ánimos de los ciudadanos. Logra hacer que los tibios generales atenienses armen un ejército para defensa de la ciudad y la República.

La segunda, tercera y cuarta Filípicas son, a dos mil quinientos años de distancia, las piezas oratorias de más valor que humano alguno haya pronunciado a lo largo de la historia.

Ya en tiempos modernos el valor estratégico y fatídico del rumor ha marcado hitos en la historia de nuestros días. Durante la guerra civil española (1936-39), las tropas nacionalistas o franquistas comenzaron el cerco en Madrid, ciudad que estaba en poder de los republicanos. Estos habían convertido en fortín la Ciudad Universitaria; se luchaba metro a metro, trinchera a trinchera. Cuando unos reporteros de la Reuters le preguntaron al general Emilio Mola (1887-1937) cuántas columnas armadas había enviado para la toma de Madrid, dijo con ciertos aspavientos: “He mandado cinco columnas”, y los reporteros le replicaron: “¿Cómo, si sabemos muy bien que usted tiene armamento sólo para cuatro columnas? “, y Mola respondió: “Es que la quinta columna no va armada y esa ya está dentro de la ciudad”.

Se refería a un grupo de agentes espías y saboteadores que habían sido introducidos en la ciudad para difundir rumores, interrumpir comunicaciones, dislocar movimientos, desanimar a la ciudadanía a seguir luchando en apoyo de los republicanos, asesinarlos y entregar la ciudad a sus “salvadores”.

Desde entonces se acuñó la nefasta palabra que tuvo funestos resultados: “Quintacolumnista”, vale decir: espía, saboteador, subversivo. En el terreno de la realidad, Mola con su descuidado comentario, fue el culpable de más muertes que las producidas en el frente de batalla. Dentro de Madrid se produjo una ola de detenciones y asesinatos; torturas y atrocidades sin límite. La guardia republicana detenía a cualquier persona por la más ligera sospecha de que fuera “Quintacolumnista”. Bastaba la más leve delación (terreno fértil para las venganzas vecinales) para que la persona fuera apresada, torturada y finalmente pasada por las armas o simplemente ahorcada como vil traidor.

El rumor había desatado su furia, el quinto jinete del Apocalipsis había soltado las riendas de la macabra cabalgadura. Junto a ella galopaban el terror, el miedo, el pánico y el suicidio.

Cuando pase esta ola de terror desatada por el exceso de noticias y de comunicación del mundo actual a cerca del virus humano, o como se llame, ¿Quién nos informará de las víctimas del pánico, del temor y del terror desatado en la masa humana del pueblo en general? ¿Quién nos dará cuenta de los suicidios de personas que creyeron tener el mal sin haberlo contraído clínicamente?

Juan José Arreola me decía: “Maestro, deber hablar de la fe y de la esperanza aun cuando tú mismo no tengas ni fe ni esperanza”. He hablado.

Tags: , ,


About the Author

Con 32 años de trayectoria, somos el periódico número 1 en información y análisis de la región Sur de Jalisco.



Comments are closed.