Feria Zapotlán

Published on octubre 9th, 2018 | by lavozsur

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ParticipaSiones – El culto a San José

El escritor zapotlense Juan José Arreola en su única novela “La Feria” tiene como personaje colectivo de la misma a un pueblo, el pueblo de Zapotlán. El eje sobre el que gira todo el relato como un leitmotiv, es la ceremonia de la coronación de las taumaturgas imágenes hace cincuenta años.

Esta coronación, el permiso papal, el mayordomo y su esposa, el cura del pueblo; los indígenas, sus tlayacanques y cofradías, así como todos los habitantes del pueblo, desfilan como fantasmas o como marionetas –siguiendo cada cual los hilos de su destino- redondeando un relato que tiene como curvas el periodo de la siembra y la cosecha.

Sólo hay un escritor norteamericano cuyo nombre escapa en este momento a mi memoria que tiene una novela en donde el personaje es también el pueblo, la comunidad donde él vive. Por cierto que esta novela fue un precedente de aquélla serie larguísima filmada para la TV llamada “La caldera del diablo”.

“La Feria” de Arreola, a través de su culto narrador, describe de manera cinematográfica los acontecimientos que rodearon dos ferias anuales de Zapotlán, pero ahonda en los hechos que conformaron la de 1957, año de la coronación –con permiso pontificio- de las imágenes de San José, la Virgen María y el Niño. En sus páginas se adivinan, se presienten, los desafortunados acontecimientos que como secuelas signaron las relaciones entre la mayordomía y el clero de la época… El pleito canónico llevado hasta la Secretaría del Vaticano.

Pero un personaje que a pesar de los estudios que se han realizado sobre “La Feria” de Arreola y que se siguen escribiendo en este momento, ha sido pasado por alto, es el propio San José. Arreola, a partir de su novela, logra una genial transferencia con el Santo Patrono. En muchos pasajes, el Santo José habla por boca del escritor.

¿Qué es San José?

El culto a San José fue desconocido casi enteramente durante la Edad Media y el Renacimiento. Cuando entra imperiosamente en el orbe cultural del catolicismo, es en época tardía, durante el siglo XIX, y es instalado y propalado por la orden jesuítica. Contemporáneamente al culto a San José los jesuitas exaltan otros cultos como el del “Sagrado Corazón de Jesús”, “Bernardette de Soubrous” y “La Inmaculada”.

Por influencia de la poderosa orden jesuítica, Pío IX se decidió a proclamar a San José “patrono de la Iglesia Universal”, por encima de Pedro y Pablo (1870). León XIII, el luchador contra la Kulturkamf nórdica (Alemania protestante), confirmó esta decisión en 1889 en su encíclica Quemqueam pluries, dando fundamento teológico del Patrocinio de San José. Era, además, un papa obrero y entrevió en San José un árbitro artesanal, familiar.

Desde entonces se creó esa fórmula jesuítica y española: J.M.J. que ya empleaba Calderón de la Barca al frente de sus autos sacramentales y que quiere decir (el anagrama): Jesús, María y José. El impacto es tan fuerte en el mundo de los creyentes, que muchas veces el J.M.J. pasa a sustituir otro anagrama tradicional: el de la Santísima Trinidad.

Propalado así el culto de San José en la España peninsular, trata de contrarrestar el pensamiento socializante y libre pensadora de la Europa del siglo XX. Por lo tanto, el papa Benedicto XV decreta de precepto la fiesta de San José, justo en el año de 1917 (año de la Revolución Rusa y uno de los más sangrientos de la Primera Guerra Mundial). Fiesta que ya había sido elevada a rito de primera clase con octava del papa Pío X en 1913, y en sus letanías aprobadas para la recitación de los fieles, en 1909 por la Sagrada Congregación de Ritos, en el Vaticano.

En 1919, San José obtiene un prefacio propio, y en 1922 se modifica el Ordo comendationis animae (este pasaje lo cita textualmente Juan José Arreola en “La Feria”).

Es muy significativo advertir la marea ascensionista en el orbe oficial y consciente del catolicismo, del culto de San José, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Marea que arranca de un punto de partida oscilante entre los años sesenta y tantos con el Papa Pío IX y noventa y tantos con el Papa León XIII: los papas de las “primeras luchas sociales” en defensa del obrero mundial. En 1869 muchos obispos y fieles católicos postularon se introdujese el nombre de San José en el Ordo Missae (orden de la misa) y que se antepusiera su nombre al de San Juan Bautista en las Litanie Sanctorum (Letanía de todos los Santos).  Esta petición se repite al año siguiente en el Concilio Vaticano, y en el año 1889 se reitera aún.

Por esas fechas se fundan congregaciones numerosas de San José, como la de Nottingham en 1884 encaminada especialmente a educar católica y domésticamente a niñas proletarias. Congregación que luego se propaga y subdivide en nuevas fundaciones mismas que siguen conservando el nominativo de obreras. Es de hacerse notar que todas estas congregaciones miraban específicamente por la mujer como congregante. Ya desde el año de 1650 existían congregaciones de mujeres consagradas a San José e instituidas por los jesuitas; por ejemplo, la famosa congregación de “Hermanas de San José”, debida al jesuita Médaille, auxiliado por el obispo de Puy.

Y es una mujer culta y escritora de gran valía la que profesa devolución a San José. Teresa de Ávila (Santa Teresa) en su libro: Obras de la gloriosa Madre Santa Teresa, con privilegio, en Madrid, en la imprenta de Joseph de Ortega, Año 1752, dice lo siguiente: “Una vez estando en la necesidad que no sabía qué hacer con qué pagar unos oficiales, me apareció San Joseph mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no me faltaría, que los concertase y ansí lo hizo sin ninguna blanca”. (Pág. 37). De ese modo para Santa Teresa llama a San José “Padre y Señor” y en su personal devoción, a la par que imponía entre sus hermanas la devoción al santo, bautizaba con su nombre gran número de fundaciones. Así, el primero de su reforma carmelitana se llamó: San José de Ávila.

El culto de “los siete domingos a San José” cunde entre la juventud femenina de España y llega a América. En esos siete domingos se advierte la literatura del pensamiento jesuítico en obsequio del glorioso patriarca. Veamos como ejemplo esta jaculatoria: Se acabarán bien se ve/ nuestras penas y dolores/ teniendo por protectores / a Jesús, María y José.

Otro día hablaremos de la poesía dedicada a San José y de la pintura en manos de artistas de fama mundial.

*Publicado originalmente el 20 de octubre de 2007*

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